“Ninguno de los personajes de este libro es
imaginario;
todos ellos han sido armados con fragmentos
de gente real…
los fragmentos, sin embargo, son demasiados
pequeños
para que sea posible reconocer por ellos a
sus dueños”
John Kenneth Galbranith
Auscultar un texto para descubrir algunas de las razones
que indujeron o influenciaron al escritor a plasmar un tema, tomando como base
la ficción o lo grotesco, sometiendo a Eros en sus diferentes aristas, cuyo
resultado sea la acechanza de Thanatos, nunca ha sido fácil.
No se puede objetar que las influencias
literarias –benignas o malignas, vaya usted a saber- a veces provocan
deslizarse a algún escritor aproximándolo al plagio, pero ello se descubre
tarde o temprano… se necesita haber caminado largo trecho en la literatura
para evitar hacerlo, aunque algunos se quieren pasar de listos, y con ello salir
al paso de los pro y los contra de la crítica mal sana que al final envía a la
picota al novel escritor o lo rescata de caer en el averno como Beatriz a Dante.
Con cinco novelas: El Feudo, La Cofradía
del anillo, El violín de Justo Armas, El último Camarada y Desde el centro de
la penumbra, Sergio Alfredo Flores Acevedo despunta como una de las voces más
significativas de la última década y una de las plumas más prolíficas en la
cultura literaria salvadoreña.
Destacaré que las novelas escritas por
Sergio Alfredo Flores Acevedo –cada una en su contexto- brillan con luz propia
en una aldea plagada de pseudo escritores roba flash cuya arteria se llena de ínfulas,
pero no han pasado los linderos de un escrito que gusta y regusta.
Intentaré acercarme a los escritos de este
joven abogado que se perfila como una promesa en la novelística policiaca del
país, pues como el orfebre trabaja sus escritos y quien lo lea no parará de hacerlo
hasta culminar alguna de ellas.
La Cofradía del anillo recrea las acciones
de mentes enfermizas de los otrora escuadrones de la muerte, cuya técnica de
tortura está plagada de bestialidad al liquidar a los “comunistas”, siguiendo directrices de un mayor del Ejército
acusado de ser el hechor intelectual del asesinato de Monseñor Romero, además
de haber fundado un partido político, convirtiéndose este texto en un homenaje
al pastor de los sin voz.
El Feudo (Galardonada con el Concurso
Literario Ingenio 2011 auspiciado por el Centro Nacional de Registro), nos envía
en sus 168 páginas a revivir la historia reciente, nos habla de la lucha de
clases, las oprimidas y reprimidas por los poderosos, quienes ven a El Salvador
como una extensión de su finca de la que pueden hacer lo que les dé su regalada
gana.
También nos traslada a los diferentes
escenarios de la guerra cuyo legado fue más de 80 mil muertos y 8 mil
desaparecidos, habla de la S2 de la Policía de Hacienda, la bomba puesta en el
local de FENASTRAS (31/10/89) convirtiéndose esta novela, sin decirlo, en un
homenaje a Febe Elizabeth Velásquez, a Clara Elizabeth Ramírez… además reseña la acumulación de riqueza de
algunos sin importarles pasar encima de otros, del comportamiento despiadado
del “Grupo” que no se lo piensa mucho para quitar cualquier piedra del camino.
Por su parte El último camarada –igual que
las otras novelas- contiene pigmentos políticos y a través de sus líneas nos
ubica desde la década de los 30 a la fecha, y como narrador omnisciente a Luis
Díaz, quien conoce en persona a Feliciano Ama, a Agustín “El Negro” Farabundo Martí, a Miguel Mármol,
recreando los atropellos y torturas sufridas en la cárcel.
Flores Acevedo usa la técnica epistolar,
ubicándonos en la masacre del 32 y la ofensiva del 89 hasta culminar con la
firma de los Acuerdos de Paz.
Sin perder el suspenso que caracteriza a la
novela policiaca, Sergio Alfredo Flores Acevedo nos lleva de la mano con El
violín de Justo Armas, título subjetivo, pues sus páginas son una apología a la
guerra y al despotismo del gobierno de turno con sus eternos aliados, la
oligarquía y los militares, bajo el auspicio de los Estados Unidos.
Esta novela abarca senderos oscuros cuyos
protagonistas son los otrora miembros del Batallón Atlacatl, acusados de ser
los autores de la masacre de El Mozote; también están las temibles pandillas
que pelean por un barrio que no les pertenece y enlutan hogares humildes de obreros,
vendedoras del mercado… pero que no se atreven a hacerlo con los residentes de
las colonias arriba del Salvador del Mundo.
Cierra su ciclo –momentáneamente- con Desde
El centro de la penumbra, cuyas líneas nos llevan a conocer cómo viven los
sectores invisibilizados por la sociedad.
Me detendré un poco para aclarar que cuando
Sergio Alfredo Flores Acevedo me entregó esta novela hubo un momento de indecisión
por seguir leyéndola, pues la consideré decadente y falta de ficción, además de
sentirla homofóbica; sin embargo me atrapó y aquí están estas líneas.
La más reciente producción
Desde el Centro de la penumbra inicia con el asesinato de
un homosexual, la persecución de Carlos Noyola (homofóbico e hijo de una
comerciante de Bienes y Raíces radicada en Estados Unidos) por parte del Agente
Héctor Landaverde de la Sección de Investigaciones de la PNC, la acuciosidad de
David El Gárgola, parte de los indigentes y la lucha diaria por sobrevivir en
una jungla de asfalto donde impera la ley del más fuerte.
“Encontramos a cuatro cipotes callejeros
durmiendo en una casa abandonada… estos vichos de la calle son vivos y por lo general no
queman a nadie…pudieron haber visto algo, pero de seguro no querrán
decir nada. En la escena del crimen se encontraba personal de Inspecciones
Oculares de la PNC… esta muerta no es mujer, dijo el investigador”.
La vida pende de un hilo en Desde el centro
de la penumbra, ya que por mucho que se rehúya a esa realidad vista desde los
ojos de los "poderosos" residentes en zonas de alcurnia, aparece
Beatriz salvando a Dante
en los infiernos para reflejarnos como un video -sin tapujos- esa cotidianidad
pegada al muro que no deseamos ver.
“A los seis años fue expulsado del lupanar,
se convirtió (en uno más) de los niños que deambulan como fantasmas por las
transitadas calles de la capital. En varias ocasiones aquel niño aprendió a
defenderse por sí solo, aunque por su vulnerabilidad fue violado por un
adolecente”.
Cada pincelazo de esta novela es un aguijón
prendido a nuestra retina, un grito de “los de abajo” para decirnos “aquí estamos, no nos ignoren”: “Ante los demás no escondía su repugnancia
hacia los homosexuales, aunque en su intimidad fantaseaba aventuras sexuales
con parejas de su mismo sexo”.
Los "Hacelotodo" tienen un
espacio muy de ellos, pues son los personajes centrales de una trama que
muestra un corazón más grande que el polo terráqueo, ello nos permite evocar la
parábola de la frase aquella de que da el que desea hacerlo y no el que tiene más.
“Dio una mordida al pan y tres tragos a la
gaseosa. Llamó a Tintín para que se tomara el resto. Afuera, David El Gárgola
repartió los dos pedazos de pan a La Tina y Patecuma –quien ya había realizado
un pequeño hurto de cuatro panes franceses a una vendedora descuidada-. La
manada había dormido en una cueva a orillas del (río) Acelhuate… Lentamente iniciaron su travesía por las
intrincadas calles y Avenidas”.
En la novela que comentamos sobresale la
doble moral de los políticos que se rasgan las vestiduras frente a las cámaras
de televisión manifestando que apoyan cualquier moción cuyo fin sea proteger a
la niñez de los malos tratos, pero al salir del local de las televisoras
muestran su fobia hacia los “descalzos”.
“Al salir de la entrevista, ambas
(legisladoras) se conducían –por separado- en elegantes camionetas de lujo, con
guardaespaldas y chofer. Una de las dos mujeres se dirigió hacia una farmacia… Mientras corría en abierta carrera (David
El Gárgola) el muchacho la empujó, la mujer pegó un grito… Cuanto malandrín anda ahora por la calle… ese delincuente robarme quería… pero que nerviosa me ha dejado ese cabrón”.
No existen palabras para describir lo duro que se nos
dibuja la vida de los indigentes en las principales ciudades del país y la
lucha diaria por evitar ser atropellados por “ciudadanos cuerdos” que
los ven como animales:
“Temprano, los pequeños nómadas habían comido holgadamente las sobras que
Patecuma y David El Gárgola habían hurtado de un reconocido restaurante de
pollo frito. La misión de esa madrugada fue burlar a los trabajadores que todas
las mañanas sacaban hasta diez bolsas de sobrantes de comida”…
Para quienes alguna vez hemos cruzado palabras con los “invisibilizados” de la
sociedad, sabemos que manejan un lenguaje y modus vivendi muy de ellos, ya que
para poder sobrevivir deben aprender a ser cautelosos:
“Señor, nosotros no tenemos nada que decirle, usted cree que si hubiéramos
visto algo, nos hubiéramos quedado cerca del muerto, sólo un pendejo haría eso,
y nosotros nos hubiéramos dado a la fuga, o acaso no conoce la ley de la calle”.
Flores Acevedo nos presenta escenas crudas –para algunas
familias de abolengo inexistentes-, frases subidas de tono usadas en el “bajo mundo” de
los “comelotodo”,
quienes son vistos como piltrafas sin oportunidades y sueños truncados en un
laberinto lleno de tranzas, pero donde también existen seres que reparten el
agua que beberán para mitigar el hambre entre los suyos.
“David “El Gárgola” cruzó la esquina de la calle Celis… quería llegar hasta uno de los prostíbulos
llamado “El dólar de oro”. Empujó la puerta de metal, afuera lo esperaron Patecuma
y La Tina, mientras Tintín se sentó a la entrada del burdel. El hombre vestía
un pantalón ajustado, una camiseta blanca y (en la cintura) un viejo delantal.
Llevaba una escoba con la que comenzó a barrer… en el prostíbulo era conocido como La Lita”…
Esta es la realidad en el diario vivir de los “hijos de la calle” que ha
sido mostrada en diferentes épocas y culturas distantes, entre ellos recuerdo a
Lazarillo de Tormes, a Olivert Twist, Huele Pega (llevada a la pantalla grande).
La novela de Sergio Alfredo Flores Acevedo, sin caer en
el amarillismo, pone el dedo en la llaga de los políticos para que busquen las
herramientas necesarias y abran locales como la ex escuela Rafael Campos “Ciudad de Los Niños”
(hablo de la administrada por Esteban “Teacher” Ibarra, Ángel Gabriel Valdez, los padres salesianos de
la década de los 50-80) para rescatar a tanto indigente que deambula por la
ciudad sin abrigo ni alimentos, y hacerlos hombres de bien en el futuro con
oficio y estudio.
Cierro mi prólogo con una parte de la
narrativa que Sergio Alfredo Flores Acevedo ofrece a la población salvadoreña,
leámoslo y disfrutemos cada línea con un buen tazón de café, en tanto yo me
deleito viendo la película Ciudad de Dios, la cual presenta otra realidad de
las favelas brasileñas…
Luis Antonio
Chávez
Escritor y
periodista
Enero de 2016
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