3.03.2010

Wilfredo Peña se “Tragó la luz”


Dr. Wilfredo Edgardo Peña, poeta y médico, alcalde del municipio Aguilares, El Salvador

Luis Antonio Chávez
Poeta y periodista
Salvadoreño


En el quehacer poético la frase más sencilla es la que desnuda el verso, le acompaña, convive y enriquece la imagen, aunque no se puede negar que si se emplea la palabra exacta en el contexto idóneo, se logra el objetivo de aclimatar la metáfora, y la poesía habla por sí sola.
Lo anterior nos invita a reafirmar que si la poesía es un conjunto de ideas donde va implícita la armonía y el ritmo, cuyo fin último es el de deleitar el alma y los sentidos, se ha dado el primer paso: encontrar un receptor.
Wilfredo Peña, cuya profesión es la medicina, como terco lector de Neruda, cincela con bellas imágenes el universo que le rodea, llevándonos de la mano por los caminos que el arte poético transmite e intenta retratar el momento que le circunscribe.
Habrá quien interrogue el afán de un médico metido a poeta, o del vate robándole espacio al galeno e imantarlo de metáfora; aquí cabría la frase que no son los ajuares los que visten al monje, pues la historia misma de la literatura ha dado nombres emblemáticos que han llevado a la par el oficio de escritor y la profesión, sin que por ello se descuiden ambas.
Así nos encontramos galenos como Pío Baroja, Mariano Azuela, al científico Ernesto Sábato y, en El Salvador a Melitón Barba, Alberto Rivas Bonilla, Juan Olwood Paredes, Rutilio Quezada, Reyes Gilberto Arévalo, Mauricio Marquina, Wilfredo López... quienes han dado obras de peso.
No nos sorprende pues la afirmación que hace Carlos Paz, prologuista del libro, cuando escribe: “En Tragaluz, la voz poética no se oculta en la fantasía, sino que trasciende para unificarse con la realidad objetiva visualizada por el poeta”.
Peña acicala la pluma y la convierte en bisturí para agrietar la palabra que dará vida a un verso de amor, de ternura o de erotismo: “el vientre de la noche/ amenaza con parir un canto”... (Alumbramiento, P. 15)
Esta relación poética entre la noche y el proceso de gestación tiene connotaciones dispersas, en cuya profundidad, hombre y poesía se unen para dar vida a la palabra, y la imagen se logra sin mayores rebuscamientos.
Empero, aunque el oficio de poeta no es rentable, Peña se escuda en este arte para decirnos: “En mis manos aladas / germinan versos/ en los labios del viento/ deposito fuego”... (Llamas infinitas, P. 17).
Como puede verse, la imagen está dada, el poeta dialoga con el verso y la cotidianidad se vuelca en poesía: sus dos manos son fuego que eternizan la poética del infinito, engalanándonos con un canto que brota del alma.
La historia nos dice que el auténtico escritor no puede aislarse de su realidad, y así como Federico García Lorca, Miguel Hernández y otros bardos vivieron en carne propia los destrozos que una guerra deja en las entrañas, Wilfredo Peña testimonia el dolor ello le causa, se despoja de su gabacha de galeno y escribe: “La guerra desató sus corceles funestos”, (Leyenda de un sueño, P. 54), para que después nos diga: “Este día amanecí/ con algo de lluvia en los ojos”... (Mariposa Libertad, P. 56)
Desde nuestra óptica, Wilfredo Peña hilvana de la palabra de arcilla los arpegios sonoros de un ron añejo cuyas raíces saben desde la Grecia, permea su oficio, se monta en el carril del tiempo para testimoniarnos un hecho histórico.
“De pronto/ cesó la era de los plenilunios serenos/ vinieron tiempos de cambio y lunas de sangre”, (Leyenda de un sueño futuro, P. 54).
También encontramos versos que hacen alusión a una tormenta que duró 12 aciagos años, puesto que el auténtico escritor no podrá jamás obviar su realidad:
“Aquí estaré erguido, para ti/ con mi voz de amapola/ mientras el fuego forestal/ de la guerra/ no me alcance”... (Huracán, P. 46).
Como la imagen poética no conoce de linderos, y el más grácil murmullo es verso henchido de imágenes que subvierten su psiquis, el bardo le pide a su amada: “cubre con tus harapos blancos/ esta piel que llora/ de tanto golpearse”... (Llamado, P. 23), lo que al traducirlo en castellano puro, diría que el poeta está cansado de su trajinar y espera de su amada la tibieza de su cuerpo para huir del frío.
Revalorando el compromiso de escritor con su diario vivir, nos encontramos que mientras más cerca está el vate con su realidad, le es más fácil encontrar la razón de su existencia.
Por lo anterior no nos sorprende que Wilfredo asuma ese compromiso y devele ese rol más activo, como el poema que le dedica a su entrañable amigo Amílcar Colocho, quien fallece combatiendo en el volcán de San Salvador en 1990 y cuyo seudónimo es “Chano”: “Cuando como vos caen/ a uno no le queda otro remedio/ que encender la dinamita”... (Chano, P. 48).
Galeno y poeta se fusionan en una sensibilidad que aflora por su dermis, la cual se apodera de sus sentidos, para escribirnos: “Quisiera ser verbo/ para fecundar con arcilla y fuego/ tu palabra”... (Deseo, P.24); o cuando denuncia la presencia del enemigo: “Los cuervos no buscan mis pupilas/ vuelan en desbandada hacia un sol calcinante”... (Leyenda, P.23).
Pero como cuando se escribe son múltiples las razones que invitan hacerlo, el erotismo también se inserta en la poética, es cuando el bardo invoca la presencia de su amada: “Necesito hundirme/ en la sempiterna profundidad/ de tus caudalosas aguas/ para beber el néctar salado de tu río secreto”... (Comunión), P. 25).
Cerramos nuestro comentario, con una muestra de la riqueza que esconde este libro en cuanto a poesía se refiere:

Tragaluz
a Alejandra, compañera de incontables
batallas y de innumerables cantos

La madrugada besa tu recuerdo
y el vacío de tu ausencia temporal
crece en mis venas como levadura tangible.
No sos una esperanza trunca.
Sos un lucero que titila como bengala,
una trinchera de argamasa y fuego
que empuja la alegría.

Soportá en pie este aguacero de golpes
que te viene encima.
Nos faltan muchos abriles que vivir:
lunas por descubrir
batallas por ganar.
La justicia se conquista

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