2.23.2018

HEREDERO DE SUS RAÍCES

Luis Antonio Chávez



Escribir temas vernáculos es algo difícil, más no imposible de lograr. Se debe, primero, conocer o al menos adentrarse en el alma de nuestros orígenes, vivir el leit motiv que indujo al escritor (a) a plasmar esas líneas convertidas en metáforas; y, segundo, haber leído mucho sobre ello.
Aunque el tema no es nuevo en la literatura hispana –otros hacedores del arte lo han hecho-, cada escritor busca poner su propio sello, y así hacer una recreación de algo nuestro y de todos.
Mucha tinta se ha derramado en un intento por dilucidar sobre un tema cuya veta toca diversas aristas. El conocimiento empírico sobre el movimiento de los astros, curaciones a través de las plantas, en qué época sembrar para lograr una mejor cosecha, el respeto por la Pacha Mama, el aire, el sol, el agua… toca el escritor o investigador dándole su propia visión de mundo.
Octavio Paz (Ciudad de México, marzo-1914-19 de abril de 1998), quien recibiera el premio Nobel de Literatura mexicana (1990), incursiona en el tema con su libro Águila o Sol; en tanto que Miguel Ángel Asturias (Guatemala19/10/99-Madrid9/6/1974), lo hace con Hombres de Maíz; le sigue Severo Martínez Peláez (Quetzaltenango16/2/1925 - Puebla de Zaragoza (México) 14/1/1998), con La patria del criollo.
El premio Nobel chileno que hizo del verso una premisa y llevó un trozo de su Isla Negra en la camisa, tampoco obvió sus raíces; mutó su pensamiento para cantarle a Machu Pichu, nos referimos al poeta de todos los tiempos: Pablo Neruda (Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (ParralRegión del Maule12/7/1904-SantiagoRegión Metropolitana de Santiago23/9/1973).
Nuestro país tampoco anda a la zaga; incursionan en esto Francisco Ximénez (Écija1666 - Guatemala1722) al traducir las leyendas del quiché al castellano en El Popol Vuh; Mitología de Cuscatlán, de Miguel Ángel Espino (Santa Ana17/12/1902-México, D. F.1/10/1967); Los nietos del Jaguar de Pedro Geoffroy Rivas (Santa Ana, 16 de septiembre de 1908 - San Salvador, 10 de noviembre de 1979); Todo el códice, de José Roberto Cea (Izalco, Sonsonate, 10 de abril de 1939); y su paisano, el izalqueño Julio Leiva Masin (17 de agosto de 1955), con Los Izalcos…
La lista sería interminable. Nos detendremos aquí, pues el objetivo no es hacer una camándula de títulos, sino hablar del libro Heredero de los cuatro soles, escrito por nuestro gran amigo Danilo Umaña Sacasa, texto que recrea nuestras raíces precolombinas.
Todo escritor que peque de serlo no obviará sus raíces, pues estaría renunciando a su propia historia, y Danilo Umaña Sacasa lo sabe, por eso se adentra y desentraña hasta desangrar las palabras con que pronuncia una vida que respeta la tierra que vio nacer a sus antepasados.
“Soy el Heredero de los cuatro soles. / El nieto más amado/ de los verdaderos nahuas, / aquellos de linaje sagrado a quienes los dioses/ ordenaron fundar Tenochtitlán”, plasma el poeta.
Umaña Sacasa no desentona con su visión de mundo en un espacio ancestral, al contrario, camina descalzo frente a una sociedad que poco o nada le importa sus orígenes, de donde viene y hacia dónde irá de seguir agotando –con su proceder- los pocos recursos que aún le quedan a la madre natura.
¿Qué hace distinto este libro a los demás que han tocado estos temas vernáculos?, ¿será la búsqueda –en su   caleidoscopio literario- de un tema añejo y a su vez actual? Mi respuesta sería –con el perdón de los lectores- el uso adecuado del símil emulando con la palabra –con propiedad-, la voz donde toman vida todo un bagaje recreado en un tema lúdico.
“Se suele decir/ que soy yo quien escribe estos poemas/ -y que soy yo quien los arrulla entre las páginas-/ pero son ellos los que se dejan escribir… / traen en sus manos de bosque/ la luz que ilumina las estrellas, / el agua de los manantiales prohibidos/ que disipa la sed de los océanos, / la intimidad de la sombra/ que evapora/ el cansancio de todos los caminos.” Escribe Danilo como preámbulo.
Heredero de los cuatro soles lo integran 24 poemas-homenaje cuya línea central –llámesele tema- rinde honores al jade, a la obsidiana, el cotón… a nuestras raíces precolombinas.
“En la soledad de los ríos/ va despedazando el calor de su mirada,/ en la soledad del agua/ va limpiando la luz de sus raíces,/ en la soledad de la noche/ va soltando la humedad de sus suspiros,/ en la más profunda soledad/ va sembrando sus venas de cometa.” (El amate)
En la lectura de estos poemas no nos extraña encontrar símiles que viajan mucho más allá de la invasión de los ibéricos. En este libro el poeta se viste de jaguar, retomando frases como Tenochtitlan, Quetzalcóatl, Tamoanchan, Tezcatlipoca, macehual, cálpulli.
Las frases aparentemente están sueltas; sin embargo reseñan el habla aborigen, representativos de los nahuas, mayas, pipiles, pokomames, lencas…
“Huehuetéotl,/ el Dios del Fuego, /nos ha enviado en avanzada./ Pero el señor Huitzilopochtli/ con su enjambre de cuatrocientos colibríes/ nos hace compañía nuevamente... /Tláloc/ y Quetzalcóatl/ y Xipe-Totec/ -Nuestro Señor el Desollado- /son nuestras sombras permanentes/ en estos andares prolongados/ por el paso lento de los días...”, plasma el poeta.
Al escritor le duele la mansedumbre, la invasión hacia tierras sagradas, en su canto poético pide a los dioses que le acompañen, que le insuflen la sabiduría necesaria para esperar el futuro y pacientemente esperar la llegada del Quinto Sol.
“No nos ha quedado nada/ sólo somos dueños de nuestra hambruna/ y de este dolor salpicado de cascajo/ que nos quema la sangre y emborracha nuestras venas”, escribe el poeta.
Danilo, al igual que el resto de sus nahuales, viven el día a día, aunque por dentro tenga que callar el sufrimiento del conglomerado:
“Hoy he de vestir mi traje de plumas preciosas:/ el de botones de estrellas titilantes,/ el que hice con los hilos/ que cuelgan de las lianas,/ el de bordados transparentes/ para mostrar la buba de los años.”, confiesa el poeta.
Pienso en el verso iconoclasta de Danilo, en el giro que le da a la metáfora llevándonos por senderos inhóspitos del alma hasta adentrarse a esa frontera que hay entre el corazón, su dolor, su propio dolor.
Umaña Sacasa destaca en este poemario de línea vernácula la condición del indígena, su impotencia ante los cambios a los que han sido confinados, entremezcla en sus páginas el tema precolombino, sus  inquietudes y el deseo de cambiar el estatus quo al que fueron sometidos nuestros ancestros.
El poeta nos habla del susurro de la naturaleza, la salida intensamente buscada ante las resonancias interiores y del oficio de escribir, de ello se desprende que para mi gusto personal, Canto por el amate es uno de los mejores poemas que aquí se imprimen.
Danilo fusiona la palabra –como en un eco amoroso- al hombre con la natura; el hombre-sol y una mujer-luna. Todo ha de ceder ante las piedras sublevadas deseosas de retomar lo que se les ha quitado con engaños.
La vida sigue, pero el dolor hacia la madre natura es gigantesco para el poeta, por eso muestra su dolor lleno de impotencia.
“Ya no tendremos más cantos/ que alegren las barrancas de todos los hombres:/ se fueron con nuestras sonrisas/ en la triste solemnidad del día, /se fueron con el olor a desesperanza/ que se hunde en el manantial de la ceniza,/ con la incertidumbre sin rumbo/ que vaga con todas las certezas”, escribe.
Demos la bienvenida a este nuevo libro de Danilo Umaña Sacasa y hagamos de su canto una reflexión, retomemos la palabra sin olvidar nuestras raíces ancestrales que es donde está la clave del buen vivir.


Luis Antonio Chávez
Escritor y periodista


2.08.2018

Por el rescate de la Memoria Histórica

Maité Piñero
Las ramas salvajes de la ternura

A la comandante Rebeca                                                                                        Luis Antonio Chávez

porque sabe de qué hablo en este esbozo…                                                           Escritor y periodista



Hay historias que arrancan suspiros del alma, anécdotas cubiertas de vida que, narrándolas con delicadeza, ponen la mente a volar, a recordar instantes donde nuestro heroísmo ponía fin al inicio de una aventura.
En las narraciones variopintas impresas en el libro Las ramas salvajes de la ternura, Maité Piñero amalgama un engranaje de sentimientos que penden de la espoleta de una granada, o la puntería del enemigo que buscaba apartarnos de su camino y con ello apagar la única vela de la esperanza.
Antes de que el lector sepa de las peripecias de nuestros compatriotas durante doce inviernos que legaron luto y dolor al pueblo salvadoreño, traeré a colación los escritos de un libro titulado El Salvador en los 80: Contrainsurgencia y revolución, de Mario Lungo Uclés, en el cual el prologuista Rafael Menjívar Larín, hace una reseña de esos aciagos 12 años que no quisiéramos volver a repetir.
Menjívar Larín acota: “Escribir sobre la historia política reciente… es una tarea difícil para cualquier investigador. Implica, en primer lugar, superar el vértigo que produce la sucesión apresurada, anormal, de las acciones…”. Yo agregaría que también lo es para quien desea escribir sus memorias de la guerra, pues no es fácil despojarse de lo que nos mantuvo al filo de la navaja y salir campante diciendo “yo nunca tuve miedo a la muerte”.
Hoy leeremos veintidós anécdotas de combatientes que estuvieron en diferentes frentes de batalla: Cerros de San Pedro, Chalatenango… embarcándose en un viaje –a pie, en guinda, trepados sobre un árbol frondoso o un peñasco- atisbando desde el Cerro de la mujer dormida (Guazapa) a cada uno de los compañeros (as) que se convirtieron en aguerridos guerrilleros (as) dando lo mejor de sí para ver salir el sol más allá de la montaña.
Una retrospectiva del conflicto armado salvadoreño en el cual nos vimos envueltos los “jóvenes” de entonces, las ilusiones, los retos, incertidumbres, sollozos, alegrías y tristezas con que comenzó este proceso, empujándonos con sus aptitudes a enrolarnos en una aventura tras habernos hartado de las múltiples violaciones a los derechos humanos.
El cierre de espacios y de oportunidades, de la difícil situación económica a la que nos llevaron los dueños de los medios de producción, la precariedad en que vivía el campesino y el obrero… fueron los detonantes para que se tomaran las armas dejando atrás las comodidades de una cama confortable, conformándonos con las “champas hechas de plástico” que, a menos de un metro del suelo, nos “cubría de estar a la intemperie”.
Y es que en Las ramas salvajes de la ternura se narra –con una pluma envidiable- las memorias de miles de combatientes, compañeros de lucha que vivió nuestro país entre 1980-1992, en un escenario que nos legó la non grata cifra de más de 80 mil muertos, centenares de desaparecidos cuyos familiares piden –a quien corresponda- les aclare donde están sus restos.
“Sabemos que no van a venir, Irma Daisy. Ya hace un mes que te capturaron, te llevaste tus secretos de combatiente clandestina… ya ves, no nos hemos movido de aquí. Si por un milagro te soltaran, nos hallarías en la casa. Probablemente no estarías de acuerdo. Hubiera sido más prudente abandonar el lugar”… (Pág. 9) irrumpe Maité Piñero en su libro, quizá para recordarnos las palabras que diría cualquiera a quien le han desaparecido un familiar y todavía alberga la esperanza de encontrarlo.
El dolor y la angustia causados por la desaparición de un ser querido no se puede describir, como tampoco se puede transcribir las sensaciones de impotencia al recordar los métodos de tortura utilizados por el enemigo, por eso es que se llenaron las calles de puños, rostros y conciencias por todos lados, pero también era el riesgo de dar la vida y aparecer en cualquier vera del camino “como escarmiento para los piricuacos” como decía el fundador de un partido cuya canción dice “El Salvador, será la tumba…”.
Destacaré que el libro que nos ocupa –no posee prólogo ilustrativo acerca de lo que tratará las narraciones aquí impresas, pues no las necesita-, de Maité Piñero, trae historias entrelazadas o separadas, cuyas anécdotas hacen vivir un estadio que, para quienes nos movimos bajo esas arenas, o nos refrescamos en las tibias aguas del río Torola -después de una piñateada- comprendemos que “Recordar es volver a vivir” –como decía la poetisa cubana Dulcemaría Loynas.
“Fue despegando los párpados muy lentamente. Estaba saliendo de un letargo, pero la bruma aún nublaba sus ojos. La ropa se acartonaba (pegaba al cuerpo como otra piel) con sangre y de vómitos. El olor a orina y a excremento asfixiaba… su cerebro era un yunque sobre el que martillaban. La cabeza se le deformaba, plana y redonda como una tortilla. Había perdido la noción del tiempo. Podían haber pasado semanas, meses o años ¡Que diferencia había! Cada día se le borraban un poco más los rasgos de sus seres queridos”. (Pág. 32)
Crónicas escritas con una prosa exquisita donde no cabe el símil ni la metáfora, sino que es el reflejo vivo de un tiempo legado de dolor y sangre, por ello es que Piñero, igual que García Márquez, nos introducen en sus aventuras y desventuras.
El primero lleva con Miguel Littin clandestino en Chile, las vivencias del cineasta y su involucramiento en los hechos acaecidos en ese país en los 70; mientras la otra expone acontecimientos de los compas en las montañas, con la esperanza de que al llegar a la ciudad las cosas cambiarán.
“Necesitaba una tumba para hacer su luto. Necesitaba el tiempo de un adiós. Se resistía a borrar a… de su memoria. Rechazaba el olvido que hubiese significado el triunfo de los asesinos… aquel día, aniversario de su captura, se quedó hasta muy tarde en la sede de las madres de los desaparecidos… (Pág. 29) 
Peripecias, argucia, creatividad, agresividad, coraje, arte militar… estos adjetivos se quedan cortos para describir las historias de excombatientes, luchadores por un ideal, seres rompiendo el cerco del enemigo para luego cantar a todo pulmón: “Dale salvadoreño/ que no hay pájaro pequeño/ que después de alzar el vuelo/ se detenga en su volar”, letra escrita por el suramericano Alí Primera.
Quienes anduvimos en la jugada sabemos que en aquel entonces los caminos eran fuego cruzado, la cárcel, el vejamen y la tortura escondidos en la impunidad. Aquí se conocía el amor filial, el dar sin esperar nada a cambio… para después ser combatientes fundidos en un abrazo eterno, llevando a cuestas los dolores y sufrimientos de la injusticia.
Pero no todo fue color de rosas como se cree, hubo que ingeniárselas con los compartimientos, a fin de evitar que las provisiones cayeran en manos del enemigo…
…“¡no te imaginas hasta qué punto estoy harto de enterrar a mi gente y cómo me apasiona verlos vivos! Mi generación perdió la vida en estas colinas y en estos volcanes, y no es fácil ser un sobreviviente. En cada vuelta del camino, sé que hay una tumba… Diez años atrás cuando comenzamos reinaba un gran desorden… de aquellos rebeldes únicamente quedamos unos pocos. Imagínate, no bien llegaste, ya te dieron un arma. En tanto que nosotros, los precursores, sólo disponíamos de una pistola o de un viejo fusil para tres”… (Pág. 122)
El combatiente guerrillero supo compenetrarse en el día a día, aprendió a descifrar el código vital de una mirada del silencio prolongado, del aroma que destilaba el abrazo de Judas en plena refriega, la sangre en fuga de una herida tenaz… y como la esencia revolucionaria se nutre de las circunstancias, se convirtieron en un atentado para el sistema represivo, pues aprendieron a otear el peligro en los amaneceres.
“A las cuatro de la mañana Cinquera se iluminó bajo los fuegos artificiales… parecía 31 de diciembre. Como si fuera fiesta la babosada. Los diablitos peleaban hombro con hombro… Una mirada, un ademán les bastaba para comunicar y coordinar sus movimientos… Al mediodía controlábamos las primeras dos trincheras y el enemigo se refugiaba en el cuartel… Hubo una expresión de júbilo, al fin habíamos triunfado. Heredamos un centenar de fusiles y buena cantidad de municiones. La guerrilla acababa de saltar de la provincia de Chalatenango a Guazapa a la de Cuscatlán… La capital estaba cerca… 
Este volumen es un homenaje, con sus crónicas, a la Memoria Histórica, es evocar a millares de combatientes entregados a una lucha, hombres, mujeres, ancianos y niños que vivían 25 horas de entrega a una causa que legó lágrimas, sangre… compañeros fusionándose con la naturaleza para ganarle la batalla a la muerte, combatientes empuñando la esperanza para vilipendiar a la injusticia que hablaba de amor llenando los cementerios.
Agradezco a mi hermano Nicolás por haberme confiado este libro. Felicito a la compañera Maité Piñero porque a través de estas líneas inmortalizó a compañeros como Roberto Arturo Leiva Masin, María Chichilco, Lorena Peña, Felipe Peña, Jesús Rojas, Herber Anaya Sanabria, Norma Guirola, Rutilio Grande, Alfonso Hernández (Chiquitón)… entre otros.
Me despido de este comentario, dejando al público lector estas estrofas que se hicieron himno en todo aquel guerrillero (a) que se curtió con la guerra, pero que levantó el rostro con hidalguía ante tanta humillación…
-Creo en vos compañero
-Cristo humano. Cristo obrero.
Vencedor de la muerte
resucitás en cada brazo que se alza
para la liberación.
Porque vives en el campo
en la fábrica y en la escuela.
Creo en tu lucha sin tregua
Cristo en tu resurrección… 

-o-o-o-
La tumba del guerrillero
¿Dónde, dónde, dónde está?
Su madre está preguntando
¿quién lo sabe? ¿Quién le contestará?




2.15.2017

ANDRÉ CRUCHAGA

VOZ REFLEXIVA E INCANSABLE

Extraño la luz de este camino que dan los nombres,
como rotas páginas perdidas con los años”…
Francisco Domingo Calles 

Cuando en 1990 tuve en mis manos una muestra de los versos escritos por el poeta André Cruchaga, los degusté durante largas jornadas. Lejos estaba de imaginar que un día estrecharía la mano de este hombre oriundo de Nueva Concepción (Chalatenango, 1957), para sellar una amistad que iría en alza.
De aquellos escritos a la fecha he acumulado cuanto poema de este autor, los cuales han aparecido en revistas y periódicos que cedían espacio en aquel entonces “por caridad a la cultura”, acción que se ha perdido porque al propietario de los medios de comunicación no les deja dividendos económico.
Sin embargo, aún hay un medio impreso que cree en los artistas y contra viento y marea ha mantenido una revista cultural que data desde aquellos Sábados Culturales (1980), pasando por el Suplemento Cultural 3000, inaugurado el 24 de marzo de 1990, idea gestada en sus creadores Gabriel Otero y César Ramírez (Caralva).
En dicho Suplemento han publicados sus trabajos tanto noveles como avezados escritores, algunos de ellos han puesto muy en alto el nombre de El Salvador. La acumulación de sus escritos ha sido por cuestiones de estilo y de búsqueda de un lenguaje no prosaico, tal como escribiera Juan Larrea, defensor de la teoría Creacionista con su estética defendida por Vicente Huidobro:
“El siglo veintiuno verá nacer el reinado de la poesía en el verdadero sentido de la palabra, es decir, en el de creación como la llamaron los griegos”, (1) lo cual buscaba –busca, según mi criterio poético-, romper con esquemas arcaicos para proponer nuevas formas de escritura, sin que la metáfora se sienta agraviada o  forzada a ser nomás un verso decorativo.
No niego que en esas noches, con o sin plenilunio, traté de hilvanar cada metáfora, apuntes que me sorprendieron de entrada, pues me gustaron y aquí estoy poniéndome a cuenta para no dejar “burra” en mis comentarios, certeros o no, pero en fin son los criterios de un autodidacta metido a escritor.
Y por aquello de que me enjuicien antes del génesis, permítanme cubrirme con el manto piadoso de la escritura, que es benevolente con quien osa tocar su puerta, pero implacable con aquellos que toman “pose” para las cámaras sin haber hallado el acertijo en Peloponeso.
En los corrillos literarios se maneja la tesis de que la escritura es un lenguaje endurecido que vive sobre sí mismo, por ello no nos sorprende el estilo y la búsqueda de un don que le es dado a André Cruchaga, y que éste acoge para sí; de ahí que haya demostrado a lo largo de varias décadas dedicadas a manchar papel, el por qué recibe los frutos de su perseverancia.
Teresa Moncayo, estudiosa de literatura y catedrática de la Universidad de Cádiz, Barcelona, España, al referirse al trabajo de este poeta, acota: “La poesía de André Cruchaga requiere (de) distintas lecturas y tantas versiones… Creo que su poesía está basada en la claridad del pensamiento y se apoya en unas líneas a veces difíciles de “descifrar”... No es una poesía lineal simple y basada únicamente en la forma, desde luego que no, porque dice mucho en poco, y traspasa más por esa forma y fondo que nos incita a pensar (más de la cuenta). Y es bueno “provocar” la reacción del lector. De lo contrario estaría hueca y no lo está”. (2)
El arte poético requiere de sacrificio, dedicación, disciplina… y el poeta que comentamos lo sabe, por eso trabaja como el orfebre, de ahí que las metáforas en su pluma tomen vida impregnándolas de celajes e imágenes que, al ser descodificadas, se imantan de una escritura que sirve de trampolín para subir al podio, convirtiéndose en una lectura grata y apetecible.
Para respaldar mi comentario traeré a colación las palabras del argentino Juan Larrea, quien asegura que “lo único que debe de interesar al poeta es el acto de creación”. (3)
Larrea agrega que “el poema creado es en el que cada parte sustitutiva, y todo el conjunto, muestra un hecho nuevo, independiente del mundo externo, desligado de cualquier otra realidad que no sea la propia, porque toma su puesto en el mundo como un fenómeno singular, aparte y distinto de los demás fenómenos. Dicho poema es algo que no puede existir sino en la cabeza del poeta”. (4) 
Para llegar a esta escala, André Cruchaga, autor del libro Pie en tierra, ha demostrado que nada ha sido fácil, dedicando largas horas a la búsqueda de un lenguaje genuino, creer en sí mismo y darse cuenta de que haber tomado este “largo camino” en un país donde poco o nada se hace por los escritores, es confesarse así mismo que se tiene alma de aedo.
No dudo que quien nunca ha experimentado la fobia de enfrentarse a la página en blanco y en completa soledad, ignora que se establece una comunicación íntima entre el hacedor y la literatura, que al final del túnel el escritor hablará por sus obras a través de su recorrido.
Veamos lo que escribe Roland Barthes en el libro El grado cero de la escritura en torno a la teoría de la comunicación íntima entre el hombre y la página en blanco: “Es la parte privada del ritual (comunicarse íntimamente con la escritura). Se eleva a partir de las profundidades míticas del escritor y se despliega fuera de su responsabilidad… Funciona al modo de una necesidad, como si en esa suerte de empuje floral el estilo sólo fuera el término de una metamorfosis ciega y obstinada, salida de un infralenguaje”. (5)
Y André no se queda atrás. El siguiente fragmento testimonia lo citado: “Hay una lluvia que grita como el pan en la hoja en blanco, existen estertores fermentados en la palma de la mano”.
Por eso es que el paso por la literatura de escritores de la talla de Paul Berlaine, Stéfhane Mallarmé, Charles Baudelaire, Víctor Hugo, Walt Whitman, Erza Poud, Eliot, Jorge Luis Borges, César Vallejo, Carlos William Carlos, Jorge Arturo, Jorge Boccanera, Nicolás Guillén, Pablo Neruda, Tomás Eloy Blanco, Vicente Huidobro, Octavio Paz, Gabriela Mistral…
Y si nos ponemos más patriotas Alfredo Espino, Claudia Lars, Raúl Contreras, Roberto Armijo, Oswaldo Escobar Velado, Pedro Geoffroy Rivas, Roque Dalton… han trascendido por haber encontrado en la palabra un estilo, pero también reconocemos que antes tuvieron que quemar velas en la búsqueda de una poética que dejara huella en las alas del tiempo.
No nos sorprenderá pues, que cuando se da a conocer –en el mundillo literario de esta aldea– un nuevo libro de André Cruchaga, venga impreso en dos idiomas (depende del país que se atrevió y confió en el poeta traduciendo sus escritos), porque hallaremos una voz más iluminada dada su trayectoria.
Así llegaron a mis manos Alegoría de la palabra (1992); Visión de la muerte (1994); Enigma del tiempo (1996); Roja vigilia (1997); Pie en tierra (1997); Rumor de pájaros (2002); Oscuridad sin fecha (Edición bilingüe castellano-cuskera, 2006); Caminos cerrados (2009); Viajar de la ceniza (Edición bilingüe castellano—francés, 2010); Cuaderno de Ceniza (Edic. castellano-rumano, 2013), Balcón del vértigo (2014); entre otros que iremos comentando.
Alzo la mirada, leo los versos de André Cruchaga, deambulo por las diferentes arterias de una ciudad asfixiante y virulenta. De pronto caigo en la cuenta que los escritos de este poeta chalateco no se aíslan del marasmo citadino, sino al contrario, la convivencia con su mismo pueblo coadyuva a darle sazón al manjar que entrega, aunque tengamos que hilvanar cada imagen como para ir redescubriendo sus escritos.
La palabra poética es un arte sin retorno que propone una sombra espesa de los reflejos de toda clase vinculados entre sí. Acertijos acompañados de lo existencial. Ya lo ha dicho mi estimado amigo André Cruchaga, “los palmares no vienen solos”. Yo le agregaría que se necesita ser terco como nuestros abuelos, extasiarse con Trilce, visitar mil veces Macondo, ir a Comala, pedirle permiso a Huidobro por usurpar sus nichos, romperse el cuello y las pestañas.
“Se camina, sin duda alguna escribiendo. Así, se mitigan o derriban muros físicos o mentales. La única consagración la da el oficio. La escritura no sale sola.”, leí alguna vez en el muro de Cruchaga.
¡Vaya que no se equivoca!, pues si ponemos en el caleidoscopio las horas de vuelo que se necesitan para vestir a las ninfas del archipiélago, se cuantificará la aventura sólo por las grandes jornadas ajustadas bajo el sentadero.
Me detendré un momento para echarle un ojo a los textos recién publicado de André Cruchaga, con lo cual se reafirma la tesis de que él está dado a quedarse –con sus escritos- en la retina de sus lectores, quemando velas que a la postre dará fe de mi apreciación sobre el mismo.

Una visita a la poesía
En Lejanía-Away, traducido al inglés por la literata y traductora mexicana Crace B. Castro Haro, quien es licenciada en lengua y literatura inglesa, cuya especialidad es la traducción de textos literarios, el poeta escribe versos –no todos– impregnado de erotismo, sutil, sin caer en la pornografía. Al menos esa apreciación me dio la primera lectura.
“Desciende hasta la sombra viril del azogue/ amotina tus senos en las redes de mis ojos, salpícame de trenes y litorales. / Enrédame en tus poros de matorral ardiente, en tus ijares de íntimos pétalos. / Después deshabítame de tantos espejos: quédate en mi sombra”, plasma André en uno de sus versos.
A través de este espacio felicitamos al pintor salvadoreño David Duque, por haber contribuido con la portada titulada “Sueño azul”, ya que existe una comunicación entre los escritos de André y Cruchaga aquí publicados y la obra pictórica de Duque.
La palabra que se nos presenta en Lejanía-Away es una voz segura del camino trazado por el poeta André, pues en sus escritos encontramos el hurgamiento en los recovecos de la conciencia para cantar todo aquello que sirva de herramienta y convertirla en poesía.
“En los días corrompidos del índigo, el breve pájaro de los agobios en la sala de emergencia… frente a la rosa del torrente desaparecen los deseos fosilizados. –Vos y yo ascendemos al infinito de la desesperación”, nos escribe el poeta como para reflejarnos esa crisis psicológica que vivimos a diario en este país cansado de tanta violencia.
Para nada sorprende que en la poesía de André Cruchaga encontremos imágenes muy bien hilvanadas, pues sólo aquel que es ciego no puede ver que en sus escritos dice mucho y respira, para después exhalar el aire que aún le queda, mancha y escribe, borra y envía al basurero lo que no se depura, porque para nadie es un secreto que este poeta vive la metáfora y el símil, veamos: “Sólo llegando al final, supe cuál era el principio (Ahora, ya desnudo, puedo caminar sobre las aguas). En la flor de la memoria, ya no me asusta la rigidez de los balcones”, escribe André.
Una de las características de los poemas recién publicado por André, además de la profundidad lindando la filosofía, es que está compuesto por versos que no sobrepasan las veinticinco líneas o quizá menos. Aunque aclararé que algunos escritores consideran que si no se escribe un poema-testamento, éste no sirve, en lo personal he incursionado en las distintas formas y me siento bien.
“Entonces yo jugaba con los muertos. Eran los muertos que mis ojos vieron en el vaso del insomnio. Entonces las palabras eran pájaros gigantescos… Yo era parte de los transeúntes frente a ventas frenéticas. Después vino el grito oscuro del reloj”, escribe André como para dar testimonio de una década dura.
Leer a André Cruchaga es sucumbir como Dante a los infiernos y recalar con un ramo de rosas rojas en vez de blancas para la amada, es hacer del símil un manjar para degustar a la luz de la luna, viajar a un mundo que se le ha dado para que le cante a la vida, sin que el lector se sienta “extorsionado” con la metáfora, porque hay que decirlo, muchos dicen ser poetas, pero no llegan ni a tocar a las ninfas, pero los poemas de este vate son un descanso después de la tormenta.
“Me extraño de las puertas y las ventanas, me estremecen las indagaciones, y el ojo en extremo de emoción. (A veces se abren las semanas como un quejido de portón viejo)”, nos escribe el poeta.
A lo largo de los años, los poetas han utilizado la figura del espejo como un tema recurrente en sus escritos, con ello buscan resaltar una imagen, es una simbología de la irrealidad que subyace dentro de una sociedad polarizada, encontrándonos con individuos faltos de sentido común, pues donde reina la intolerancia no dialogan antes de reaccionar de forma bélica y eso, quiérase o no, ahorraría tantas muertes en escasos kilómetros que encierran a este paisito que tanto amamos.
Dicha realidad es cantada a través de la poesía, el cuento, el teatro, la novela… herramientas utilizadas como una coraza en los artistas cansados de tanta violencia. Veamos lo que escribe André Cruchaga al respecto: “Siempre resulta difícil adueñarse de la luz de las ventanas, descifrar los mensajes del arrepentimiento, no permitir que los recuerdos conviertan en sal el calendario”.
Este poeta chalateco conoce el oficio y quien ose desmentirlo, quizá duda de los conceptos poéticos, también sabe que no es fácil sentarse frente al ordenador a plasmar un pensamiento que lo acorrala, ya que la poesía nos lanza las imágenes que debemos escribir al instante, pues si decimos que lo haremos cuando tengamos tiempo, las ideas habrán desaparecido: “Escribir es fácil, sobre todo cuando lo hacemos sobre las falsas promesas, del ojo cerrado del cuerpo”… plasma Cruchaga.
André ha sabido testimoniar -con sus escritos en esta aldea donde subsisten los poetas de “puro milagro”-, es la tarea encomendada a los “juglares”, ya que “El poeta es la plomada de su tiempo”, como lo afirmaba el poeta Ulises Masis.
“De pronto pienso en los abismos del tabú, en los ojos grises de la niebla, en el amor que escurre de un alambique, (ah, las muletillas de las convicciones políticas debajo de las axilas.)/ Disimulo cualquier guisado profético sobre la mesa del horizonte.” Nos escribe.
Por el momento no tomamos un descanso, respiramos, sentimos recorrer en nuestro cerebro las imágenes del libro citado… inhalamos la frescura del aire en un atardecer en la costa del Pacifico, diluimos la fórmula de la siguiente metáfora y continuamos:
“Desnudas arden las palabras en los labios: llueve el solo océano de los trapos, somos las mitades inevitables del sonido, los aleros crecidos en las piernas… Así crece el invierno en la estantería de los párpados”… escribe Cruchaga.
Veamos otros textos del poeta chalateco, publicados en su libro “Lejanía-Away: “Sobrevuelo en el autorretrato del monólogo: Las calles tienen repercusión en el cuerpo, son caballos las sombras anónimas que vagan en la teoría del braceo: de un tiempo acá, hay perdigones de ecos en la ficción”.
Los libros de este escritor sobrepasan las dos docenas y cada verso es un deleite para la retina de quien lo tenga en su biblioteca, así sabrá degustar esta poesía exquisita… sigamos con el análisis de los poemas escritor por André Cruchaga, a ver que sorpresa nos deja en el paladar:
“Cerré ya mi ventana para que no entre el humo de la hojarasca. (Sólo me puedo conformar con el tiempo que todo lo aploma, sospecho que en la conciencia sólo hay escombros y una forma vil de apaciguar la herida”. Escribe el poeta.
André se duele por la realidad que lo circunda y lo plasma: “¿Acaso entra aquí la luz al final de la piel? ¿Acaso hierben los espejos cuando entro o salgo de los recuerdos? –El granizo muerde los taburetes del suelo- la noche donde ladran los perros y enlutan las sombras del cuervo: arrastro mis dientes al vacío”.

Uno más y se va de paso/ Vía libre/Vía lliure
Si el estilo es propiamente un fenómeno germinativo, sus alusiones están distribuidas según la profundidad en que se imbrican, de ahí que la poesía –a través de sus herramientas metafóricas, adjetivaciones o símiles- toma fuerza cuando quien se apasiona con ella sabe descubrir su magia.
Ilustrado por la fotógrafa profesional de origen argentino Graciela Strañak, y traducido al catalán por el experto en filología moderna, catedrático de lengua y literatura española, Pere Besó, con más de una treintena de títulos traducidos, el libro En Vía libre/Vía lliure es otro de los textos dados a conocer por André Cruchaga, quien luego de la tercera llamada, sale a escena, corre el telón acompañando al lector con un verso cargado de erotismo, cuyas líneas despiertan la sensibilidad a flor de piel:
Embebido en la espejismo oscuro de la taberna, el borbollón de olas como la noche terrestre de un burdel”, escribe André.
Con ello no hago más que preparar unas cuantas tazas de café, unas velas aromáticas, la respectiva semita de tres pisos, mi camisa playera, un pants, unas almohadas y ya relajado, a continuar deleitándose con la poesía de este vate, pues como todo poeta que reacciona lleno de esperanza, André le canta a pueblo con evocaciones sutiles: “Soy niño dibujando otro mundo en las redes… nada me sorprende tanto como quien duerme en las aceras”.  
Desde 1990 que tuve conocimiento de la existencia de este poeta chalateco no he perdido su huella, pues sus versos están llenos de vida, aunque en más de una ocasión le he sentido alguna veta lúgubre –pero no siempre-, lo cual es como ver una hoja en medio del bosque de las ilusiones que tiene todo individuo que sueña con ser.
En este otro título se nos presentan versos revestidos de una prosa exquisita, pocas líneas pero plasmadas con mucha intencionalidad, escritas con alambre de alta tensión, veamos:
Cuando la tinta se derrama arrastra todas las cicatrices de la página. Hay una fosa común para el grito, el silabario a punto de convertirse en poema”… escribe el poeta.
André Cruchaga le canta a la vida y a veces encuentro –no siempre-, imágenes desgarradoras pero a la vez llenas de luz, faros de esperanza insertados en la dermis de un ser que sobrevivió a los embates de una tormenta que por poco le arrebata la vida, un poeta que ha visto al rayo expandir las esquirlas dejando mortandad por doquier y, si se corrió mayor suerte, centenares de luceros con muletas, como también ha visto brotar agua en medio de las rocas:
“En la hoja amarilla que se desprenden de las ojeras, los recuerdos impreciso del vaho, las sombras y los barquitos de papel. Caminos desabridos del tiempo en los coágulos de la saliva y la herrumbre… desconozco si las luciérnagas pueden alumbrar todo este bosque y lavar los tantos equívocos de las vestiduras”, nos dice el poeta.
En la poesía moderna –según Barthes- las palabras producen una suerte de continuo formal del que emana poco a poco una densidad intelectual o sentimental… La poesía moderna se opone al arte clásico por una diferencia que capta toda la estructura del lenguaje y que no deja entre esas dos poesías (la clásica y la el verso libre) otro punto común que el de una misma intención psicológica”.
Sin embargo no se debe perder de vista que las dos formas tienen su propia musicalidad y ritmo interior que las diferencia de una a la otra, pues quien lo descubre encuentra un oasis en su retina.
“Tanto bullicio para después quedarme solo en las aceras. Tanta muerte innecesaria. (He pensado en escribir mi próximo poema sin palabras), esta página envejece de aguas, ya el silencio carece de resortes y colchones, tiemblan los barquitos de papel”… reseña André para dibujar esa realidad que no nos atrevemos a ver.
Confieso que al leer a André Cruchaga caigo en el imaginario de los escritos hechos por Sir Arthur Conan Doyle descendiendo a los puentes donde se encuentran a algunos seres como piltrafas humanas tras fumarse la vida con una pipa.
“Después del desván vacío del fuego, los ecos derretidos de la sed. (El mutismo de la noche con todas sus ausencias), -la leña del ciprés se desvanece en presagios:/ a cada funeraria le incorporo los Lázaros, a cada espesura mi sigilo, la edad íntima del laúd,/ y la cobija de la neblinas que a menudo se torna circular en mis andrajos”…   
Cierro por el momento este escrito, pues aunque hubiese querido seguir escudriñando las metáforas llenas de vida de André Cruchaga, me queda el entusiasmo y vivo cada verso como el siguiente:
“No hay lavanderías para la ropa sucia del poema, ni quirófano para las asonancias. Tampoco farmacias que curen las cicatrices de la felonía”…
Cruchaga con una voz adolorida como buscando un rescoldo donde adormecerse por tanta injusticia. Estos son los escritos del maestro, imágenes literarias impregnadas de símiles que han llegado para quedarse en la retina de sus lectores y de quien auguro, seguirá aportando esos versos que ponen muy en alto a este país que tanto amamos.  

Luis Antonio Chávez
Escritor y periodista
Ciudad de Los quemados, agosto de 2016.

1) Manifiesto acerca de El Creacionismo, escrito por el argentino Juan Larrea, publicado el sábado 11 de junio de 2016, pág. 5 y 6, de Diario Colatino.
2) Moncayo, Teresa, catedrática de la Universidad de Cádiz, Barcelona, España: estudiosa del lenguaje, escribió el artículo “Una mirada a la poesía de André Cruchaga”, aparecido en el Suplemento Cultural 3000, el sábado 23 de julio de 2016, de Diario Colatino.
3) Manifiesto acerca de El Creacionismo, escrito por el argentino Juan Larrea, publicado el sábado 11 de junio de 2016, pág. 5 y 6, de Diario Colatino.
4) Manifiesto acerca de El Creacionismo, escrito por el argentino Juan Larrea, publicado el sábado 11 de junio de 2016, pág. 5 y 6, de Diario Colatino.
5) Manifiesto acerca de El Creacionismo, escrito por el argentino Juan Larrea, publicado el sábado 11 de junio de 2016, pág. 5 y 6, de Diario Colatino.
6) Barthes, Roland: El grado cero de la escritura, Edit. Siglo XXI, 5ª. Edición.


Los poetas André Cruchaga y Luis Antonio Cha¿ávez